Con sincio de viajar...

Somos una pareja que reside en Santander y que dedica los fines de semana a conocer nuevos lugares.
Empezamos en Cantabria... ¿Dónde terminaremos?

viernes, 23 de marzo de 2012

Excursión a Somo

Después de unos días con mal tiempo, pensábamos que este fin de semana no íbamos a poder hacer ninguna de nuestras escapadas y nos íbamos a tener que quedar en casita con poco que hacer (mil cosas de clase). Sin embargo, para sorpresa de todos, se levantó un día maravilloso que Laura no podía dejar escapar. Jorge, sin saber nada, cogió el tren como cada fin de semana para ir a visitarla, y cuando llegó recibió la grata noticia de que iban a conocer un sitio nuevo para Jorge.

Laura, con muchas prisas, condujo hasta casa para recoger la bolsa que tenía preparada con bocatas de tortilla (¡¡su primera tortilla!!) y coca-colas. La pobre fue toda acelerada por la mañana porque su idea fue totalmente de improviso y cuando miró los horarios de la sorpresa, se desesperó bastante. 

Jorge estuvo totalmente intrigado hasta que a Laura no le quedó más remedio que decirle dónde iban por las prisas de los horarios. En menos de cinco minutos cogimos todas las cosas y corrimos a aparcar al Palacio de Festivales. Después de otra carrerita hacia el embarcadero, por fin llegamos a coger la lancha. A decir verdad, la idea de la lancha a Jorge no le hacía demasiada gracia, es un pelín cagón con el mar, pero no dijo nada y se hizo el valiente.

Allí sacamos el billete que nos iba a llevar a Somo, y que cuesta ida y vuelta 4,50 € por cabeza. En lugar de hacer un frío insufrible, como debería ser por la época, hacía un sol radiante que hacía que todos esperáramos tranquilamente al barquito debajo de una pequeña sombra. Las lanchas que cruzan la bahía son muy famosas en la ciudad, y tienen una historia que se remonta a tiempos mucho más antiguos de lo que puede parecer. Desde la época de los romanos hasta la actualidad se ha pasado por propulsar las embarcaciones a remo, a vela, a vapor y los actuales sistemas. El primer servicio que se conoce es el de “Las Corconeras”, que empezó a trabajar en 1841. Varias empresas fueron pasando por este negocio hasta que llegó la actual, “Los Regina”, en la que todos los santanderinos nos subimos cuando nos apetece un minicrucero para llegar al Puntal, a Somo o a Pedreña. 

Cuando por fin cogimos el barco, en Jorge se veía ese medio gesto entre miedo y disfrute. Pero finalmente y gracias a lo calmo que está el mar, se dedicó a disfrutar junto a Laura de la agradable excursión.

La primera parada fue en Pedreña, casi estuvimos a punto de salir del barco pensando que habíamos llegado a nuestro destino ya, pero gracias al cielo nos dio por preguntar y finalmente nos quedamos en el barco. Por fin llegamos a nuestro destino, y la verdad es que no esperábamos que fuera un sitio tan urbanizado.

Caminamos cerca de dunas de arena hasta llegar a un parque, y por no cargar con la comida y sinceramente porque nuestros estómagos hacían grugru, decidimos comernos los bocatas de tortilla preparados por Laura. Decir que para ser sus primeras tortillas estaban muy buenas, así que disfrutamos del buen tiempo y de una buena comida antes de partir hacia la playa.



Por el camino hacia la playa nos llamó mucho la atención que en Somo no hay un paseo marítimo como estamos acostumbrados a ver, sino que todas las casas están muy cerca de la playa y el espacio dedicado al paseo discurre entre los edificios y las dunas. Cuando llegamos a la playa nos encantó el ambiente: un montón de gente haciendo deporte, corriendo o simplemente paseando, gente con sus perros, parejas, niños, jóvenes... no hacía falta dejar mucho a la imaginación para pensar que era verano.



Decidimos dar un paseo por la orilla mientras disfrutábamos de aquel tiempo tan agradable. En principio no nos marcamos un objetivo, pero como la conversación era tan amena y los juegos por la arena tan entretenidos, nos plantamos casi sin darnos cuenta en el Puntal. Lo bueno que tiene este paseo es contemplar de frente toda la bahía de Santander, desde el Palacio de la Magdalena hasta el puerto, pasando por las playas de Los Bikinis y Los Peligros y el Palacio de Festivales. Una vez que llegamos al Puntal nos tumbamos para reponer fuerzas y tomar un poco el sol. Aunque no lo parecía, habíamos caminado ¡¡3 KILÓMETROS!! y, lógicamente, nos faltaban los mismos para volver.





El camino de vuelta no fue tan agradable ni bonito. Teníamos el viento en contra, por lo que caminar era bastante más difícil y más con lo cansados que estábamos. Para darnos fuerzas, pensábamos en el heladito rico que nos íbamos a comer en cuanto llegáramos a la salida de la playa... porque, claro, en Somo, haciendo tan bueno, un fin de semana, alguna heladería tendría que haber abierta, ¿no? ¡¡PUES NO!! Estuvimos un rato camina que te camina y no encontramos una dichosa heladería, así que optamos por la vía rápida: Lupa, cucharillas de plástico y Hägen Daz de tarta de queso. 




La vuelta fue un poco triste, no nos apetecía después de un día tan bueno en la playa. Además refrescó bastante, menos mal que Laura propuso llevar las chaquetas por lo que pudiera pasar. ¿Lo mejor de volver a casa? El atardecer en Santander visto desde el mar.


Como conclusión, diremos que merece la pena hacer esta excursión aunque resulte cansado. Si vas de vacaciones a Santander, o incluso si vives cerca y te apetece pasar un día diferente, cógete unos bocatas, sube a la lancha y date el paseazo hasta el puntal. Es cansado, no vamos a negarlo, pero realmente merece la pena.












sábado, 10 de marzo de 2012

Argüeso y Fontibre


Hoy nos hemos ido de excursión a la zona de Argüeso y Fontibre, situados más bien hacia el sur de Cantabria.

Por recomendación de Laura, hemos ido primero al Castillo de Argüeso. Ella ya lo conocía una excursión con el instituto y guardaba un muy buen recuerdo. Llegar no fue demasiado díficil, con el GPS, claro. 

Aparcamos en la zona habilitada para ello y nos dispusimos a subir hacia el castillo. Está situado en un alto estratégico, desde el que luego pudimos comprobar cómo tenían todos los puntos importantes controlados. La subida no es demasiado empinada porque se va girando alrededor del castillo. Aunque en principio pueda dar algo de pereza, merece la pena realmente ir contemplando poco a poco cómo se erige ante nuestros pies semejante construcción.

                                          

Tras entrar en el recinto amurallado, en el que encuentras un par de burritos graciosísimos y una hierba muy cuidada, entramos en el edificio. Allí, una guía - majísima, por cierto - nos cobró la entrada (2€, creemos recordar) y nos explicó alguna cosilla sobre el castillo. Se trata de dos torreones levantados entre los siglos XII y XIV y unidos por un cuerpo central en el XV, destacar que la segunda torre está dispuesta ligeramente girada (en la foto de arriba se aprecia perfectamente) para no quitarle las vistas a la anterior. Recientemente (creemos recordar que en los 90) se reformó por completo y se hizo un grandísimo trabajo de carpintería totalmente artesanal.


Del interior del castillo sólo podemos decir que quedamos maravillados. Está cuidado que da gusto pasear por sus estancias, el trabajo de la madera es impresionante, el ambiente es mágico... Es el típico sitio del que sales pensando en que no te hubiera importado pagar más por la entrada. 



Pero, sin duda, lo mejor del castillo son las vistas que se pueden apreciar desde las almenas. Se puede subir a ellas con toda seguridad, incluso si vais con niños. Como podéis ver en la siguiente foto, las zonas por las que se puede pasear tienen una valla de seguridad. Las vistas, tanto por un lado como por el otro, son maravillosas. Desde allí puede verse cómo el castillo está situado en un lugar estratégico: se ven absolutamente todos los caminos que llevan a esa zona.





Cuando terminamos de ver el castillo le preguntamos a la guía por dónde podíamos ir a ver el Poblado Cántabro (Laura ya había estado también el mismo día que visitó Argüeso). Nos indicó perfectamente y nos dirigimos hacia allí. Antes de seguir con la crónica queremos volver a hacer mención a lo educada, simpática y agradable que era la chica que estaba en el castillo, ojalá todas fueran así, porque nos hemos encontrado con cada una que telita...

Para ir al Poblado Cántabro hay que aparcar el coche a dos kilómetros del mismo. Dos kilómetros de camino pedregoso y cuesta, así que id preparados. Subimos hasta allí, con cruce de riachuelo incluido, y llegamos. La entrada estaba totalmente embarrada, a pesar de que hacía un día estupendo. Sorteamos el barro y terminamos de entrar. Mientras se nos acercaba una chica observamos el montón de chabolas que estaban montadas, simulando a la perfección las casitas de la antiguedad. La chica nos ofreció una visita guiada por el poblado y la verdad que hubo una situación rarísima, en principio parecía que lo estaba regalando, luego nos llevó a una de las cabañas a pagar los 4€ que cuesta la entrada. El precio nos pareció excesivo, sobre todo teniendo en cuenta  que para visitar el castillo pagas sólo 2€ y su mantenimiento conlleva muchos más costes que los del poblado. No nos llegaba con lo que teníamos suelto (se nos había ido todo en la entrada del castillo) y no aceptaban tarjeta de crédito... así que no nos quedó otra más que volver a bajar los dos kilómetros, mosqueados y sin ver el poblado. Aquí tenéis a Jorge mientras bajábamos intentando hacerse amigo de los caballos (no funcionó).



La última parada del día sería Fontibre, el conocido como Nacimiento del Ebro, aunque buscando información hemos descubierto que no es el nacimiento de dicho río. En 1987 se descubrió que el origen principal de las aguas de este río es el río Híjar, que nace en el circo del pico Tres Mares, a 1.880 metros de altura. Gran parte del caudal de este río se filtra en el subsuelo de aguas abajo de Paracuelles, a poco más de 800 metros del manantial de Fontibre, para resurgir más abajo en el Pilar de Fontibre.

Cuando llegamos el olor a rabas nos embaucó, así que no nos quedó otra que sentarnos en el bar a tomar un martini y comer las rabas. El ambiente del bar de Fontibre es genial, hay un montón de mesas en la terraza y había mucha gente.



Después del aperitivo bajamos al parque. Es un sitio que está genial incluso para pasar un día campestre con bocatas. Nosotros buscamos un banquito que nos gustara y nos comimos nuestros bocatas mientras disfrutábamos de estas vistas.


Una vez que habíamos comido, bajamos un poquito más para ver el "nacimiento del Ebro", hacernos la típica foto y dar un paseíto por los alrededores.


En definitiva, ha sido un día genial. El Castillo hay que ir a verle obligadamente, es impresionante. El Poblado Cántabro... cercioraos de que tenéis dinero en la cartera antes de subir los dichosos dos kilómetros. Y en cuanto a Fontibre, si vais ¡ya podéis decirle a vuestros amigos y familiares que no es realmente el nacimiento del Ebro!

sábado, 3 de marzo de 2012

Covadonga & Gijón

A diferencia de otros fines de semana, hemos conseguido engañar a unos amigos para irnos de excursión.
Nuestra primera parada fue en casa de Ali, donde nos reunimos con ella y sus dos amigos, Sergio y Pedro. 

El recorrido hasta Covadonga se hizo bastante ameno a pesar de los kilómetros que lo separan de Santander. Fuimos hablando durante todo el camino y, sobre todo, nos fuimos riendo del pobre Sergio, que había salido el día anterior de fiesta e iba “tocado”.

Covandonga está en el concejo de Cangas de Onís, en el Principado de Asturias. Lo primero que vimos según llegamos fue su gran basilica, que fue construida entre 1877 y 1901 por Federici Aparici en colaboración con Mauricio Calvo. Se trata de un gran edificio de roca caliza roja, que presenta una gran unidad estilística dentro de los cánones neorrománicos en el que fue concebido. La basílica, que se asienta sobre una gran terraza, tien tres naves, la central notablemente más alta.

                                        

Justo enfrente de la basílica pudimos ver una estatua de bronce de Pelayo. (foto)

                                                  

Muertos de hambre después del largo viaje, decidimos buscar un sitio en el que saciar nuestra gula. ¿Cuál fue nuestra sorpresa? Encontrar un bar donde tomar algo no es tan sencillo como en principio se nos antojaba. Por fin encontramos un bar pero tenía trampa, para llegar a él había que subir … demasiadas escaleras, al llegar vimos que no era gran cosa pero después de subir, como para no tomarnos algo.

Ya con nuestros estómagos llenos, nos metimos en la “Santa Cueva”, una gruta cavada en la roca, en la que se encuentra la Virgen de Covadonga. Hay muchas historias en torno a la creación de este santuario. Algunos historiadores creen que lo más creíble es que Pelayo y los cristianos, refugiados en la cueva de los musulmanes, llevaran consigo alguna imagen de laVirgen y la dejaran allí tras su victoria en la Batalla de Covadonga, La primera construcción de el santuario data de tiempos del Alfonso I, el Católico, quién mandó construir la capilla dedicada a la Virgen María, que daría origen a la advocación de la Virgen de Covadonga (la santina), al vencer a los musulmanes. Está claro que nuestros antepasados eran capaces de realizar trabajos con la piedra increíbles, ser capaces de excavar una gruta así en este monte nos parece algo realmente prodigioso, pero a decir verdad y para nuestra opinión, la nueva construcción que han realizado detrás de la Virgen le quita toda la magia al lugar. 


                                       

Después de visitar la gruta, bajamos un montón de escaleras hasta una laguna preciosa, en la que se puede ver cómo entra agua desde detrás de las rocas. En ella muchos visitantes lanzan una moneda para pedir un deseo, todos imaginaréis que Laura lo hizo. Junto a esta laguna se encuentra la fuente de los siete caños, sobre la que cuenta la tradición que si bebes de todos los caños te casarás en el siguiente año. No bebimos ninguno, primero porque no nos queremos casar todavía, y segundo porque ¡¡el agua no era potable!!

                                                  


No podíamos marcharnos de este lugar sin antes subir a los Lagos. Para llegar a ellos hay una carretera tan estrecha como pinada, pero realmente merece la pena subir, aunque sea sólo por el paisaje que vas admirando. Subirla en coche es complicado, todavía no entendemos como hay gente que es capaz de subirla en bicicleta. Los lagos forman parte del Parque Nacional de los Picos de Europa, y son glaciares formados por los lagos Enol, La Ercina y uno más pequeño llamado El Bricial, aunque este sólo tiene agua cuando se produce deshielo. El primer lago al que llegamos es el Enol, pero no paramos y subimos hasta el siguiente, el de la Ercina. En él nos encontrábamos a una altitud de 1100 metros, ¡¡ahí si que podíamos respirar aire fresco!!! La verdad es que quizás no acertamos con la fecha de visitarlos, ya que el frío y el césped mojado no nos dejó disfrutarlo como nos hubiera gustado. Además existe una ruta para andar que va desde éste al lago al de más abajo.

                                         

                                         


Ya bajando paramos en el Mirador de la Reina para hacernos unas cuentas fotos con la zona de Cangas de Onís de fondo.

                                         


Ya había llegado la hora de comer, así que fuimos a un restaurante al que ya habíamos echado nada más llegar. Encontrarlo es muy sencillo: está a la izquierda de la rotonda de la entrada a Covadonga, junto a la salida que lleva a los lagos. Por un precio realmente barato (unos 10€, creemos recordar) nos comimos un exquisito menú del día. Curiosamente, todos elegimos lo mismo: fabada y escalopines al queso de Cabrales. La comida está buenísima, el trato también estuvo muy bien, y, además, desde el comedor hay unas vistas preciosas al río Covadonga. Después de comernos los postres (tarta de queso y flan) y tomarnos el café, volvimos a ponernos en marcha.
   
Como nos habíamos puesto bien las pilas, decidimos dirigirnos hacia Gijón. Por el camino Jorge y Sergio fueron echándose una siestaza, mientras Pedro, Ali y Laura rajaban sin parar y disfrutaban de un paisaje realmente bonito. Cuando llegamos a Gijón quedamos con unos amigos de Pedro, que nos llevaron a una sidrería a... beber agua. ¡NOOO! No podíamos irnos de allí sin ponernos hasta las patas de sidra. Allí disfrutamos de una agradable conversación, mientras el camarero venía cada dos minutos a escanciarnos culines de sidra. A los que no somos de Asturias nos resulta muy curiosa la facilidad con la que escancian la sidra, cuando en realidad es algo complicadísimo.

Cuatro o cinco botellas después nos pusimos en marcha para conocer el centro de Gijón, aunque, si somos sinceros, acabamos en otra sidrería en una plaza. Nos hicimos las típicas fotos en la escultura en la que pone “GIJÓN” y visitamos también la estatua de Pelayo. 

                                           



                                                     

En resumen, decir que el día ha sido muy productivo. Recomendamos a todo el mundo que visite Covadonga, es un lugar mágico y unido a los lagos es una elección perfecta para pasar un día, aunque si hace bueno lo aprovecharéis mejor. Sobre Gijón, nos quedamos muy a medias y queremos volver para conocerlo más a fondo. ¿Lo mejor del día? ¡¡LA SIDRA Y LA COMPAÑÍA!!