Después de unos días con mal tiempo, pensábamos que este fin de semana no íbamos a poder hacer ninguna de nuestras escapadas y nos íbamos a tener que quedar en casita con poco que hacer (mil cosas de clase). Sin embargo, para sorpresa de todos, se levantó un día maravilloso que Laura no podía dejar escapar. Jorge, sin saber nada, cogió el tren como cada fin de semana para ir a visitarla, y cuando llegó recibió la grata noticia de que iban a conocer un sitio nuevo para Jorge.
Laura, con muchas prisas, condujo hasta casa para recoger la bolsa que tenía preparada con bocatas de tortilla (¡¡su primera tortilla!!) y coca-colas. La pobre fue toda acelerada por la mañana porque su idea fue totalmente de improviso y cuando miró los horarios de la sorpresa, se desesperó bastante.
Jorge estuvo totalmente intrigado hasta que a Laura no le quedó más remedio que decirle dónde iban por las prisas de los horarios. En menos de cinco minutos cogimos todas las cosas y corrimos a aparcar al Palacio de Festivales. Después de otra carrerita hacia el embarcadero, por fin llegamos a coger la lancha. A decir verdad, la idea de la lancha a Jorge no le hacía demasiada gracia, es un pelín cagón con el mar, pero no dijo nada y se hizo el valiente.
Allí sacamos el billete que nos iba a llevar a Somo, y que cuesta ida y vuelta 4,50 € por cabeza. En lugar de hacer un frío insufrible, como debería ser por la época, hacía un sol radiante que hacía que todos esperáramos tranquilamente al barquito debajo de una pequeña sombra. Las lanchas que cruzan la bahía son muy famosas en la ciudad, y tienen una historia que se remonta a tiempos mucho más antiguos de lo que puede parecer. Desde la época de los romanos hasta la actualidad se ha pasado por propulsar las embarcaciones a remo, a vela, a vapor y los actuales sistemas. El primer servicio que se conoce es el de “Las Corconeras”, que empezó a trabajar en 1841. Varias empresas fueron pasando por este negocio hasta que llegó la actual, “Los Regina”, en la que todos los santanderinos nos subimos cuando nos apetece un minicrucero para llegar al Puntal, a Somo o a Pedreña.
Cuando por fin cogimos el barco, en Jorge se veía ese medio gesto entre miedo y disfrute. Pero finalmente y gracias a lo calmo que está el mar, se dedicó a disfrutar junto a Laura de la agradable excursión.
La primera parada fue en Pedreña, casi estuvimos a punto de salir del barco pensando que habíamos llegado a nuestro destino ya, pero gracias al cielo nos dio por preguntar y finalmente nos quedamos en el barco. Por fin llegamos a nuestro destino, y la verdad es que no esperábamos que fuera un sitio tan urbanizado.
Caminamos cerca de dunas de arena hasta llegar a un parque, y por no cargar con la comida y sinceramente porque nuestros estómagos hacían grugru, decidimos comernos los bocatas de tortilla preparados por Laura. Decir que para ser sus primeras tortillas estaban muy buenas, así que disfrutamos del buen tiempo y de una buena comida antes de partir hacia la playa.
Caminamos cerca de dunas de arena hasta llegar a un parque, y por no cargar con la comida y sinceramente porque nuestros estómagos hacían grugru, decidimos comernos los bocatas de tortilla preparados por Laura. Decir que para ser sus primeras tortillas estaban muy buenas, así que disfrutamos del buen tiempo y de una buena comida antes de partir hacia la playa.
Por el camino hacia la playa nos llamó mucho la atención que en Somo no hay un paseo marítimo como estamos acostumbrados a ver, sino que todas las casas están muy cerca de la playa y el espacio dedicado al paseo discurre entre los edificios y las dunas. Cuando llegamos a la playa nos encantó el ambiente: un montón de gente haciendo deporte, corriendo o simplemente paseando, gente con sus perros, parejas, niños, jóvenes... no hacía falta dejar mucho a la imaginación para pensar que era verano.
Decidimos dar un paseo por la orilla mientras disfrutábamos de aquel tiempo tan agradable. En principio no nos marcamos un objetivo, pero como la conversación era tan amena y los juegos por la arena tan entretenidos, nos plantamos casi sin darnos cuenta en el Puntal. Lo bueno que tiene este paseo es contemplar de frente toda la bahía de Santander, desde el Palacio de la Magdalena hasta el puerto, pasando por las playas de Los Bikinis y Los Peligros y el Palacio de Festivales. Una vez que llegamos al Puntal nos tumbamos para reponer fuerzas y tomar un poco el sol. Aunque no lo parecía, habíamos caminado ¡¡3 KILÓMETROS!! y, lógicamente, nos faltaban los mismos para volver.
El camino de vuelta no fue tan agradable ni bonito. Teníamos el viento en contra, por lo que caminar era bastante más difícil y más con lo cansados que estábamos. Para darnos fuerzas, pensábamos en el heladito rico que nos íbamos a comer en cuanto llegáramos a la salida de la playa... porque, claro, en Somo, haciendo tan bueno, un fin de semana, alguna heladería tendría que haber abierta, ¿no? ¡¡PUES NO!! Estuvimos un rato camina que te camina y no encontramos una dichosa heladería, así que optamos por la vía rápida: Lupa, cucharillas de plástico y Hägen Daz de tarta de queso.
La vuelta fue un poco triste, no nos apetecía después de un día tan bueno en la playa. Además refrescó bastante, menos mal que Laura propuso llevar las chaquetas por lo que pudiera pasar. ¿Lo mejor de volver a casa? El atardecer en Santander visto desde el mar.
Como conclusión, diremos que merece la pena hacer esta excursión aunque resulte cansado. Si vas de vacaciones a Santander, o incluso si vives cerca y te apetece pasar un día diferente, cógete unos bocatas, sube a la lancha y date el paseazo hasta el puntal. Es cansado, no vamos a negarlo, pero realmente merece la pena.